Raíces perdidas…

23.3.14 Diego Pérez Damasco


*Fueron probablemente la cultura más grande y poderosa del Valle Central costarricense. Hoy, la lengua y la cultura huetar son un vago recuerdo histórico, con una tenue, pero indeleble huella en nuestras vidas actuales.

Lo poco que se sabe de los huetares se rescata de las descripciones imparciales que de ellos hicieron en sus crónicas los invasores españoles. Ese “poco” permite vislumbrar una sociedad avanzada y compleja, así como a un pueblo dominante en lo que hoy se conoce como el Valle Central. Sin embargo, la conquista eliminó prácticamente todo rastro de su cultura. No todo. Parte de su esencia sigue viva, en la región más poblada del país.

Hasta la segunda mitad del siglo XVI, los huetares fueron apenas mencionados en las crónicas de los españoles. Esto, debido a que solo a partir de 1561 se inició un proceso de conquista y colonización del Valle Central. Fue a partir de entonces cuando el contacto de los europeos con la gran nación indígena del interior del país se plasmó en sus textos.

De acuerdo con Miguel Ángel Quesada, filólogo e investigador de la cultura y lengua huetar, una de las características comunes en las distintas descripciones españolas de esta etnia fue la de retratarlos como belicosos. No era de extrañar. Además de tratarse de una actitud defensiva frente a una civilización foránea, Quesada asegura que los huetares ya tenían experiencia en someter a otros pueblos.

Sin embargo, como apunta la antropóloga de la Universidad de Costa Rica (UCR), Eugenia Ibarra, cuando los invasores españoles llegaron a lo que hoy es Costa Rica ya tenían una experiencia de casi 40 años en tierras americanas. Ya habían desarrollado un sistema de desestructuración de las sociedades indígenas que había funcionado en otras regiones, y que terminó por funcionar también en este país.

Los huetares dieron batalla y se resistieron, como lo hicieron los pueblos de Talamanca. Así queda evidenciado en las propias crónicas de los españoles: “…todas estas provincias de Costa Rica y los pueblos de yndios inclusos en ellas, están alçados y rebelados, y se han confederado y aliado unos con otros, y no quieren venir a servir ni dar el maíz que son obligados…” (1568).

No obstante, según Quesada, la muerte de sus caciques principales, la huida de las familias nobles indígenas hacia Talamanca, la desestructuración de los clanes por parte de los españoles y la asimilación de los grupos indígenas más pobres de las costumbres europeas, así como el mestizaje, terminaron con la destrucción de la cultura indígena y la lengua huetar en el Valle Central.

La nación huetar

Pero su trágico final no debería opacar su glorioso pasado. La “nación huetar” ocupó todo el Valle Central, con salida al Pacífico, hasta el río Pirrís, en lo que ahora es la provincia de Puntarenas. Limitaban con los chorotegas y los quepos, pueblos con los que mantenían constante conflicto.

Se sabe que la lengua huetar fue una lengua franca entre muchos indígenas de lo que hoy es Costa Rica. Es decir, se utilizaba el huetar de la misma forma que hoy se utiliza el inglés a nivel mundial, lo cual evidencia que esta etnia aborigen tuvo una gran relevancia económica, según afirma Quesada.

Su vida religiosa sigue siendo un misterio. Sin embargo, se les atribuye la construcción de los restos arquitectónicos que se encuentran en el sitio de Guayabo, en Turrialba. Este monumento, según el arqueólogo Óscar Fonseca, evidencia una sociedad en la que la religión empeñaba un papel central en su integración.

Guayabo aparenta contener las ruinas del esplendoroso pasado de una gran civilización. Pero las apariencias engañan. La nación huetar sigue viva, aunque de forma sutil y lamentablemente desapercibida, en la nación costarricense.

“Aún se ven ciertas fisonomías en la Meseta Central que recuerdan los rasgos indígenas, y muchísimos de nosotros conservamos en mayor o menor medida algo de la sangre huetar”, asegura Miguel Ángel Quesada.

“Además, queda un puñado de palabras que muy probablemente son de origen huetar”. Entre ellas nombres de muchos lugares de nuestro país, como Curridabat, Aserrí, Sarchí, Quircot… e incluso apodos como “Churuca”, para San Rafael de Oreamuno en Cartago, animales como la serpiente bocaracá, y hasta el “pisuicas” (diablo).

Como bien señala Eugenia Ibarra, Costa Rica tiene un pasado indígena que es desconocido por la mayoría de sus habitantes. Es sabido que la identidad nacional del costarricense se formó sobre el mito de una supuesta “blanquitud” y una descendencia directa de los europeos.

Sin embargo, el legado indígena y, en el corazón de nuestro país, el legado huetar, sigue vivo en la sangre de los costarricenses, en los nombres de muchos de sus lugares, en su forma de hablar, y en los restos arqueológicos que recuerdan el pasado glorioso de un pueblo que fue diezmado y despojado de su cultura, pero que clama a ser revivido por la memoria de sus descendientes.

Organización política huetar

En el Valle Central, donde habitaron los huetares, las unidades sociopolíticas conocidas como cacicazgos, se integraban en administraciones aun más grandes y de mayor cohesión, los señoríos.

Según Eugenia Ibarra, en esta región se encontraban los cacicazgos de Garabito, Pacaca, Aserrí, Curridabat y Guarco, y los señoríos de Garabito y Guarco. Estos dos últimos, nombrados en honor a sus caciques más importantes.

Además, los cargos de poder se heredaban por la vía materna. Por ejemplo, el hijo de la hermana del cacique, sería quien heredaría el poder, puesto que el derecho de gobernar se traspasaba a través de la mujer.

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